3.8.12

La utopía de la modernidad en América Latina


Para entender la modernidad debemos abordarla desde su doble carácter, el global acumulativo y su carácter expansivo. Lo que engloba las técnicas, saberes, instrumentos, instituciones, y otros soportes que se expanden reticularmente desde un centro hacia las periferias.
Cuando esta modernidad toca una periferia lo realiza gatillando procesos binarios de integración y desintegración de aquellas culturas en que se inserta. Invade territorios, culturas y cuerpos, avanza incesante en su afán de transformación, subordina, somete, neutraliza y adopta formas como alimento para seguir con su desarrollo.
La razón es el centro de gravedad de la modernidad, un leitmotiv que se alzó victorioso sobre el imaginario sagrado que se devela como propio de una era premoderna, territorio donde dios tenía mayor relevancia, donde el centro sacro era casi el único centro.
Será cuando el ser humano comience a dejar de lado ese ser colectivo que todo lo ve, controla y perdona, cuando se alza un pensamiento propio, y en el instante que se materializa la subjetividad, a entender de Hegel, se describe el principio de la modernidad.
La modernidad se ve reflejada en construcciones discursivas y culturales, avanza desde territorios conocidos pero queriendo construir escenarios insospechados. Será la modernidad un proceso constante de creación y destrucción, un neocolonialismo que se apropia del saber, reconfigura las formas de producción y reproducción, fortaleciendo a cada paso su capacidad de adaptación y mimetización.
Habermas señalaba al respecto: “Como el mundo nuevo, el mundo moderno se distingue del antiguo por estar abierto al futuro, el inicio que es la nueva época se repite y perpetúa con cada momento de la actualidad que produce de sí algo nuevo” (1)
La modernidad es una máquina hegemónica que propaga sus sentidos, pero no por ello será infalible en su afán predatorio.
La modernidad ha sido vista como un fragmento de la modernidad de occidente, y algunas veces hemos privilegiado el componente europeo, otras hemos asumido lo hispánico, otras una visión indigenista. Debemos reconocer que no sólo hemos bebido de diversas fuentes para nutrir nuestras certezas, sino que es importante asumirnos y pensarnos como culturas híbridas y culturas refractarias.
Hay ciertos autores que coinciden en enunciar estándares mínimos para que una sociedad se considere compitiendo dentro del campo de la modernidad. Como el grado de urbanización, desarrollo tecnológico, expansión de la educación, entre otros importantes factores para medir el grado de desarrollo. Pero en América latina la modernidad se ha visto sólo desde el punto de vista económico, lo que se traduce en una crisis de sentido y en una carrera donde apenas se ven los corredores, porque las personas se diluyen en consumidores y las cosas se transfiguran en productos.
Dicho lo anterior, se debe abordar la modernidad en América Latina como un proyecto inconcluso, tal como lo plantea Habermas.
Ostentamos como continente vergonzosos índices en la distribución de la riqueza, el conocimiento, la cultura. Y sin duda, un impedimento para la modernidad han sido los propios dueños del discurso de la modernidad, una elite que torpemente y a corto plazo han vestido a la modernidad sólo con un traje económico.
Encontramos además una dicotomía y tensión entre una mentalidad liberal en lo económico y conservador en lo valórico. Un ejemplo en este sentido es la influencia de ciertas instituciones como la iglesia católica, quienes trabajan por valores anclados en la era premoderna.
Y ante el poder del relato y las acciones de las instituciones conservadoras encontramos una sociedad poco empoderada y apenas participativa. Una sociedad civil con resistencias que son insuficientes para dar un giro al sistema económico y a la política de la democracia tutelada.
Las ansias de equidad que reflejan las sociedades latinoamericanas reflejan las ansias por ser incluidos en el relato moderno. Y como cada país obedece a sus particulares formas y desarrollo, quizás no debamos hablar de alcanzar la modernidad, sino configura múltiples modernidades
Debemos lograr cohesión social y creación de identidad colectiva, identidad propia desde la cual hacer frente a modelos foráneos.

Hay en este tránsito una pregunta que inquieta ¿Puede haber un salto desde la premodernidad hacia la postmodernidad sin pasar por el estado intermedio que es la modernidad?
   
(1) Habermas Jürgen, “El discurso filosófico de la modernidad”, Taurus Humanidades, España 1993. PP. 11-35

12.6.12


Supuestos actores, meros espectadores

Asistimos a una época marcada por las celebraciones de los bicentenarios de independencia de varios países de América Latina. Los procesos de independencia de las colonias se dieron como un juego de dominó donde las fichas caen una por una, de igual forma los países se fueron contagiando hace doscientos años de un impulso independentista que remeció las viejas estructuras dominantes.
El Estado desde una forma protonacional va evolucionando hacia la formación de un Estado más maduro que caminará hacia un estado-nación, desde formas básicas o más simples de intercambio comercial en la época colonial hasta una forma capitalista de producción e intercambio.
Liberarse de ciertas ataduras propias de la época renacentista, confluye en la adopción de la modernidad en todos los campos del arte y la ciencia, con una confianza creciente en la idea del progreso humano, caminarán hacia nuevas formas de producción y relación, nuevas clases sociales que antes estaban deprimidas en su esclavitud, se libera a dios de su omnipresente trabajo y la sociedad se vuelca hacia el antropocentrismo, avanza el libre pensamiento por los pasillos de la historia.
La construcción del Estado como ejercicio de poder ya no es suficiente para mantener el adecuado control, surgen nuevos mecanismos de control a la vez que se sofistican las herramientas para la coerción, la sociedad se vuelve vigilante y las burocracias a cargo de la seguridad adquieren poderes omnipresentes, serán los nuevos dioses que todo lo ven, los cuerpos y las cosas son supervigilados por un gran hermano como en el film Orwell. Un ser poderoso cuyo poder se diluye, no hay a quien confrontar, sólo queda una rutina que cumplir, reglas que obedecer y una pantalla que mirar.
Hay una hegemonía plena, que es la exaltación de la negación de la particularidad. La inestabilidad continua es parte de los sistemas estables de control, una sociedad no ya de la información, sino de la desinformación, el control de los falsos relatos es más importante que la construcción de certezas.
El conocimiento ve amenazado su poder de cambio y construcción de nuevas realidades, está en tensión y amenaza la libertad más íntima como los sueños.
La psiquiatría y el reacondicionamiento de los seres humanos para seguir siendo productivos se traduce en modelos nuevos de control, adiestramiento y castigo. Colegios, cárceles, trabajos, pueden transformarse de la noche a la mañana en sospechosos engranajes de una maquinaria perversa.
Hay una dictadura simbólica, se va a buscar nuevos significados que sean congruentes con los mensajes del poder, resignificaciones y estéticas arbitrariamente dibujadas para enajenar el sentido y abordarnos desde el consumo del arte, una nueva semiosis del poder.
En lo económico, el capitalismo será centro de la modernidad, y las reglas que derivan del “juego” económico convendrán en la exacerbación de las diferencias de clase, y como eje la explotación de unos contra otros, el poder de las minorías que intentan mantener y aumentar su poder enarbolando discursos sobre el progreso.
La pesadilla Orwelliana encuentra tierra fértil en esta sociedad de la vigilancia, es más, una televigilancia que no requiere someter físicamente a los cuerpos para dominarlos. Surge la biopolítica, y se hunden obsoletos mecanismos de control.  
La inestabilidad continua como forma de control se inaugura, podemos decir que la sociedad del conocimiento transita impasible hacia la sociedad del desconocimiento, los saberes se miden en cuanto producción material y se les asigna prioridades a los que validan las formas de ejercer el poder desde las burocracias existentes.
¿Quiénes son los que elaboran el discurso de la modernidad?, e incluso ¿quiénes pronuncian esos discursos?, son los dominadores los que oficialmente tienen la capacidad y ostentan el poder de crear y la amplia audiencia dominada, debe acatar dócilmente los retazos de realidad que les llegan a través de los más diversos modos; ya sea como película, libro, cuadro o discurso. Se proclama una estética de la dominación y sin embargo, nunca faltan los aplausos.
Hemos transitado desde las relaciones de poder verticales a las reticulares, de la política a la biopolítica. A pesar de que existe un afán de progreso, reconocemos una fractura o dicotomía del tiempo de ese progreso, porque volcarse hacia adelante, esta anticipación de un futuro indefinible y ese culto de lo nuevo, significan, en realidad, la exaltación del presente.
América latina convulsa en esta modernidad, en esta idea de progreso, de mejora aparente, un futuro esplendor que ni siquiera inventamos, es una herencia en cuyo nombre se ha llevado a cabo más de alguna atrocidad.
¿Tenemos nuestra propia idea de modernidad? Deben existir al menos corrientes e ideas que intentan desde una óptica propia lograr configurar una suerte de propia modernidad. No debe ser muy útil una modernidad única y hegemónica ante países tan disímiles, que luchan por ejemplo contra el analfabetismo y otro contra el analfabetismo digital, problemas semejantes pero demasiado distantes en términos reales.
La dicotomía de lo moderno y lo antimoderno encuentra tierra fértil para las elites que propugnan esta falsa tensión, se establecen cuidadas semánticas para justificar quiénes se encuentran bien encaminados y aquellos que obstruyen el “progreso” al que la mayoría desea llegar.
La distopía presente en la película 1984 de Orwell ya está presente en nuestro mundo desde el momento en que aceptamos vivir dominados por mensajes únicos que emanan de un núcleo. El capitalismo ahora es de carácter global, lo que algunos han identificado como Globalismo también permea en nuestro continente. A diferencia de los estado-nación ahora estamos en este mundo globalizado ante sistemas mundiales de varios estados, como la Unión Europea. Es el estado máximo del policentrismo, luego del natural tránsito del absolutismo y el centralismo.
Lo que vemos en la película cuando el Gran Hermano aparece en las múltiples pantallas es policentrismo exacerbado, es lo que Baudrillard llamará hiperrealidad , o sea, la realidad representada en vez de la propia realidad. Apenas nos damos cuenta qué es espejismo y qué imagen real, es un mundo de múltiples realidades que a la vez no es ninguna verdad. En esta hipertextualidad habitamos intentando buscar certezas, buscando dioses verdaderos entre dioses hechos en serie.
Esta era post industrial está llena de fragmentos, de muchas realidades conjugadas a ratos sin ningún sentido. Basta que el poder nos haga sentir iguales para creer que lo somos, aunque no lo seamos y no lo seremos, pero la más de las veces eso sólo lo saben unos pocos que detentan el poder. La igualdad puede darse en la sociedad civil y no darse en el mundo político. Los hombres pueden gozar de los derechos de entregarse a los mismos placeres, de ingresar en las mismas profesiones, de reunirse en los mismos lugares: en una palabra, de vivir de la misma manera y de perseguir la riqueza por los mismos medios, sin participar en la igual medida en el gobierno.

Y si el gobierno es poder, entonces no todos podemos participar en su detentación. Estamos en una democracia, en un camino de constante perfeccionamiento de los mecanismos de representación, creyendo ir directo hacia el progreso, e incluso creemos que marchamos hacia un futuro mejor. Pero hay que estar atentos de que no estemos arando esperanzas en torno a una mera ilusión y sea tarde cuando nos demos cuenta que el poder está en otra parte.
























5.6.12


 

              La democracia preventiva

O cambiar el poder sin llegar al poder

Ante varios modelos de democracia y diversas formas de ejercer el poder que se ha dado desde el siglo XX en adelante, podemos señalar que la democracia ha sido el eje central en torno al cual ha girado la discusión central y a la falta de ésta como el complemento ineludible.
Es interesante apreciar como cobran sentido mecanismos como el estado de excepción para oponerse al total y libre ejercicio de la democracia. Cómo a decir de Giorgio Agamben, el estado de excepción se ha convertido en una forma permanente de gobierno. Esto desde una óptica derivada de la biopolítica como eje modulador del poder y la obediencia, de la vigilancia, el castigo como la supresión de los derechos y la recompensa como una democracia en permanente y frágil tensión.
Este estado latente quizás explicaría la creciente esquizofrenia que sufre el poder, un poder enfermo que adolece de violentos arranques en todas sus dimensiones de poder, incluida la secular y dios incluido acude al  paredón de los acusados como relata la película “Juicio a Dios”. Lo que quiero decir de otro modo, es que está en cuestión el poder y la verdad que lo sostiene, está en entredicho el palacio, pero también los cimientos que lo mantienen en pie.
La tensión entre capitalismo y democracia ha devenido en una sociedad enferma, en una democracia escasamente representativa, donde los ciudadanos cada día se sienten menos representados por sus líderes, donde cada día se disfrazan y esconden los partidos políticos por su baja aprobación, adhesión y popularidad, es allí cuando los viejos estandartes y símbolos se trastocan casi con vergüenza y convierten en modernos logos que los aleja de su historia, su ideología y los valores que dice representar. Ahora se representa a un nuevo ciudadano consumidor.
 Se trata hoy de una democracia más compleja, con una configuración biopolítica, estructuras burocráticas y de poder con densas tramas, y una tensión entre representación y participación, un dilema tan inevitable como ineludible.
Y si el modelo de por sí tiene tensiones reales y aparentes, hay en torno a lo social una tensión entre ciudadanos y electores-consumidores, seres multifacéticos que constituyen y validan la democracia en cada elección, en un ritual heredado y ancestral.
Es en esta puesta en escena que los grupos más vulnerables socialmente hablando,  no consiguen satisfacción en las respuestas a sus demandas y reivindicaciones, produciendo a su vez un nuevo escenario de conflicto entre representantes y representados, que a su vez permea las porosas fronteras de la propia democracia.
Hay estados poderosos que han adoptado la llamada  “guerra preventiva” como una forma legítima del uso y abuso del poder, a lo que Ranciere se opone con una reflexión profunda sobre la modificación del propio tiempo en estas prácticas y la disolución de la ética. 

Ante esta nueva configuración del poder que busca traspasar las fronteras de lo que una vez fue el enemigo interno, hoy se instala el enemigo universal que condensa en sí mismo todo aquello que parece estar en disputa con la democracia en tanto democracia hegemónica, de la libertad e incluso Dios, en tanto visiones únicas y sin matices, como dogmas particulares de lo que es dable hacer y la salvación.  



La democracia preventiva


Ante estas dicotomías podemos anteponer una democracia preventiva, entendida esta como la articulación  entre la democracia representativa y la participación. El espacio que se crea al pensar y ejecutar acciones tendientes al equilibrio y la coherencia entre ambas será lo que denominamos democracia preventiva.
Oponer ante cualquier intento de vulneración de la democracia, una democracia preventiva, será entender a ésta como una construcción permanente y no como un bloque hegemónico, es pensar además a la democracia como propia en tanto tengo participación en su construcción, es positiva por cuanto tiende a la satisfacción del bien común, es también un acto pacífico que se opone a su contrario que es la guerra preventiva, es un grito ante la indiferencia en una época de individualismo, es construir certezas colectivas ante la incertidumbre, en fin, construir pensamiento preventivo de este tipo nos asegura al menos un presente con sentidos y u futuro más allá de las promesas.

Una democracia preventiva, entonces será la búsqueda permanente de su perfección, la apertura y mejora de los canales y mecanismos que permiten su construcción. Es en este espacio “imaginario” donde debemos configurar una mejor realidad, y esto se alcanza permeando esta relación primero en los sectores sociales más vulnerables, aquellos alejados y pesimistas del poder y la democracia, instalando certezas donde había dudas, respuestas ante preguntas y soluciones ante la negativa e incapacidad propia del estado y los partidos.

La conquista y toma de este espacio imaginario es la primera señal de toma de conciencia, es la certeza ante el temor natural del poder absoluto, tiránico y dictatorial. Aunque este espacio es invisible, por sí mismo es capaz de poner en cuestión la realidad y transforma al mero sujeto en persona con capacidad transformadora, dejando la pasiva expectación porque reflexionar y pensarse desde la relación entre representación y participación, inevitablemente deviene en un llamado a la acción.

Pensar desde la democracia preventiva es incorporar  no sólo la capacidad de prospección, sino de una constante construcción. Le agrega a la democracia una categoría de dinamismo que perdió, de credibilidad difuminada en su hegemonía, y nos brinda la posibilidad de construir un imaginario común contra el terror. En esta forma de pensamiento nada ni nadie está sobre otro, ni siquiera Dios.


Quizás una de las razones que explican la efectividad de la biopolítica es la pasividad con que la enfrentamos, y como el pensamiento descrito sumado a la acción preventiva es un constructo dinámico, los efectos de la biopolítica no desaparecen, pero al menos debieran tender a diluirse.


La relación entre representación y participación contendrá invariablemente una serie de afirmaciones y negaciones, pero tendrá como centro la búsqueda del bien común  y será ese leitmotiv el que impulse las acciones. Al menos es esperable como resultado una mayor comprensión del valor de la democracia, una mayor participación y se sentirán los electores más y mejor representados, entre otras cosas.


Pensarse desde esta relación es pensarse más allá de los modelos heredados, de las estructuras hegemónicas, es darnos la posibilidad de cambiar el poder sin necesariamente tomar el poder. Sólo esta última reflexión cambiaría diametralmente la óptica de lo que somos y lo que anhelamos.









  

16.5.12


Una cosa de poder

La película “Un día muy particular” se desarrolla en un escenario marcado por el predominio del fascismo, donde los diálogos de los personajes tienen a modo de ruido de fondo el relato que narra el arribo de Hitler a Roma. El papel que desempeñan los dos personajes centrales, encarnan los valores de la diversidad, ya que son parte de las minorías silenciosas que deben callar en un régimen totalitario.

Los ideales del régimen se ven reflejados en la máxima de uno de los personajes:  

“Un hombre debe ser marido, padre y soldado”. Una triada que concatena familia, tradición y obediencia.

Estos personajes y el desarrollo de la trama nos permiten hallar una motivación para hablar sobre la democracia, entendida quizás como el modelo opuesto al totalitarismo que ostenta el Duce en la convulsa Italia entre guerras.

Si bien la discusión acerca del concepto de democracia ha sufrido una evolución a través de la historia del hombre en general y la política en particular, no podemos dudar que si preguntamos a la gente de forma azarosa en la vía pública, sin duda entenderán a la democracia como el sistema donde gobierna la mayoría, y esta mayoría sería el pueblo ejerciendo su voluntad a través del sufragio.

En una elección es el poder del pueblo el que se deposita transitoriamente en ciertos representantes para que lo ejerzan. Entonces vemos que un punto central en esta relación es el poder y quien lo detenta, así como las formas que adquiere y cómo se administra o dosifica estratégicamente. Por ejemplo, el poder de los que gobiernan sobre los gobernados a través del uso legítimo de la fuerza o el poder de los ciudadanos para fiscalizar a sus propias autoridades. Un sistema en el que al menos en términos de poder parece ayudar para que los más poderosos no abusen demasiado de su electorado, al menos no demasiado. El sistema democrático sería una verdadera garantía del contrato social, una vía que asegura el progreso de una sociedad, asegurando ciertos márgenes de acción, convenidas vías de conflicto y formas de resolución. Siempre partiendo de la base que el hombre es intrínsecamente egoísta y capaz en su depredación de pasar sobre otros hombres.”El hombre es un lobo para el hombre” como diría Hobbes.  

Y antagónico a esta licántropa forma de poder, se encuentra una noción positiva del hombre, en la cual éste es capaz de superar sus propias taras en pos del desarrollo común, del bien común y el bienestar de la mayoría. Habría un gen altruista que motiva siempre hacia un futuro determinado, lo que refleja además una idea de la historia como una suerte de flecha que avanza hacia su objetivo, como una línea temporal claramente dibujada al futuro gracias al desarrollo permanente de la sociedad humana.

Otros estudiosos de la ciencia política plantean que para que el poder sea efectivamente ejercido por la ciudadanía, ésta debe asegurarlo a través de la participación en el régimen democrático, sus propias reglas y escenarios, tanto locales como nacionales. El ejercicio continuo de esta forma de ciudadanía asegura la existencia de la democracia como sistema para alcanzar a través de su ejercicio mejores condiciones de existencias para el ser humano.

Algunas formas de gobierno como las que muestra el film “Un día muy particular”, son de relaciones totalitarias y verticales, otras más democráticas son más bien reticulares, pero todas tienen como eje central el poder. Desde sociedades simples a sociedades complejas, la sociedad ha evolucionado y ha adquirido nuevas formas de representar la realidad, desde la modernidad a la posmodernidad, de la era industrial a la sociedad digital, desde ciudadanos ideologizados a consumidores, desde discursos partidistas a mensajes cosificados.

Crisis de legitimidad

Un fenómeno al que pocos escapan es a la crisis de legitimidad que ostentan las instituciones políticas y la clase política, cada vez son más bajos los niveles de aprobación que tienen en la ciudadanía y cada vez menores los niveles de aceptación. Una verdadera crisis de la democracia. Este terreno es fértil para ideas extremas como el nacional socialismo para que germinen desde la molestia ciudadana y transformen el odio a las estructuras democráticas en fuerza que alimenta en el futuro cercano la xenofobia Las crisis económicas sobre otros tipos de problemas estructurales que sufren los países, gatillan este tipo de totalitarismos.

La crisis de legitimidad se expresa de diferentes formas, pero quizás la que más llama la atención es la violencia social, la misma que ocupa tantos minutos en los noticiarios. Esta violencia social conlleva a una cosificación de los discursos en torno a la seguridad como eje central, incluso conceptos como la guerra preventiva se hacen presentes desde la autoridad. La violencia como poder en la era de la biopolítica parece no ser una buena fórmula, sin embargo tiene millones de adeptos. A lo anterior, se suma una condición poco homogénea y fragmentada de la oposición a este tipo de poder. Una sociedad multicaracterizada en demandas disímiles y por lo tanto, muy difícil de aglutinar tras un solo discurso. Exceptuando quizás una suerte de anti poder que parece resumir los anhelos y convicciones más íntimas de cada uno de estos no militantes, pero sí participantes, sujetos de acción.

Cómo se articula un nuevo orden social y político desde esta nueva heterogeneidad?. Es posible realizar cambios sólo desde la democracia?. Podemos hablar de una nueva ideología o la posibilidad de vivir sin ella?Es verdad que cada día son más los movimientos de anti poder como los llamados “Indignados”, pero permítanme dudar de sus resultados. Recuerdo cuando acampaban en las plazas españolas por miles y ejercían si bien no innovadoras prácticas sociales, digamos que poco frecuentes.

Pero . . . .y el resultado? Hoy gobierna la derecha, es un país con elevadas tasas de desempleo y están en una feroz crisis económica. ¿Basta con indignarse?. Parece que oponer al poder sólo el anti poder no es suficiente, falta algo más de sustancia o lo que otros llaman ideología.
Algo que nos queda claro es que podemos ser más que un marido, padre y soldado, falta ahora resolver cómo nos indignamos

Mirando por la cerradura

En la historia del pensamiento hay diversas tradiciones que explican la compleja relación entre sujeto, objeto y conocimiento. Y cada tradición se ha empecinado en la obtención de los mejores argumentos para dotar de criterios de verdad al saber, así como de originalidad y autenticidad a sus métodos.

A su vez, los diversos métodos para aprehender la realidad no pueden estar ajenos a un contexto histórico en el cual se desenvuelven, y es por ello que sus resultados han permeado a la sociedad adquiriendo la forma de una particular visión de mundo, otorgando una explicación y coadyuvado a la construcción de certezas y sentidos, tan amplias estas últimas, que con creces sobrepasan los márgenes de la ciencia.

Durante el siglo XIX hay un predominio del positivismo, destacando un monismo metodológico que encuentra en el saber científico el único conocimiento válido y auténtico, la ciencia como explicación máxima de la verdad. Una verdad enfrentada a la verdad revelada de la religión, a la explicación divina o casual, a la metafísica y el azar.

Y será en los albores del siglo XX que aparece la hermenéutica para enfrentarse al positivismo, blandiendo nuevas interpretaciones y ampliando las fronteras que hasta ese momento detentaba el conocimiento. Este último se pone a disposición como una herramienta social, se abandona la rigidez en pos de un umbral más amplio de búsqueda, donde varias miradas aportan y diversos saberes confluyen. El monismo es dejado de lado y se valida la integración de diversas disciplinas.   

Si bien hay otros modelos o escuelas que abordan con sus particulares visiones y teorías el problema del conocimiento, podemos destacar además la dialéctica que enfrenta la realidad entendiéndola en continuo cambio, movimiento y transformación, así como la práctica elevada a categoría de verdad, entre otras categorías que siguen ostentando vitalidad y validez hasta nuestros días.

Planteadas estas ideas generales, podemos constatar la importancia de conocer las diversas tradiciones, escuelas o modelos que abordan las relaciones en torno al conocimiento. Y desprender que, dentro de otras cosas, subyace en la epistemología y sus formas de transmisión, un nudo central de ideas que gravitan en torno a la producción y legitimación de saberes.

Dadas como reales estas pretensiones, podemos plantear legítimamente algunas dudas y reflexiones sobre este proceso de producción.



Podemos acercarnos y atisbar un vasto paisaje por una cerradura.

El problema del conocer supone que un sujeto complementa la percepción de un objeto al asumir el rol de sujeto cognoscente y aprehende dicho  objeto gracias a una concatenación de razonamientos gracias a los cuales elabora una verdad y un juicio sobre ella.

Para que esta relación del saber sea virtuosa requiere que tanto el sujeto cognoscente como el objeto se encuentren en planos distintos, aunque la nomenclatura temporal sea la misma para ambos, requieren materialmente coexistir de manera diferenciada. Es una relación dual en la que el objeto solo existe en tanto sea externo al sujeto, requisito fundamental para que el objeto se transfigure en objeto representado.

Cuando el objeto es representado se le asigna a este ejercicio una categoría de verdad, de existencia real, que de cierto modo viene a reafirmar nuestra propia existencia, generando certezas en un mar de percepciones e incertidumbres. Esta dimensión del conocimiento es ejercida por todos nosotros y nos brinda una serie de categorías y verdades con las que nos armamos para vivir como seres sociales.

Pero existen ámbitos específicos del conocimiento que son más complejos de aprehender que una taza o un árbol, como la ciencia, la economía o la política, por ejemplo. Allí se manifiestan las categorías de poder que encierra el objeto, confluyendo en una relación de poder que sobrepasa la de sujeto-objeto y pasa a ser una relación de poder sujeto-sujeto, que paradójicamente podría ser la manera más exaltada del propio objeto.

Subyace en todo esto una idea de progreso,  línea invisible que nos empuja hacia un futuro que desconocemos, pero sospechamos es fructífero o al menos aparentemente beneficioso de manera objetiva. Lo que no sería sino un mecanismo de persuasión para que validemos ciertas relaciones de poder y sobre todo, algunos criterios de verdad. Bajo esta lógica y circunscrito a la historia, el progreso sería la zanahoria y las guerras el garrote que hacen marchar a paso cansino una vieja carreta.

Las verdades nos hacen tolerable este viaje y el tránsito histórico se funda en certezas y anhelos, en control y disminución de incertidumbres. En este amplio abanico, la ciencia es sólo un tipo de conocimiento circunscrito a un limitado campo de la realidad, por tanto no basta con su solo entendimiento y aplicación para dar cuenta cabal de lo que nos rodea.

Las diversas verdades se concilian en el lenguaje, que no es más que un gran acuerdo dotado de sus propias reglas de uso y con el cual fabulamos y confabulamos para crear y reproducir el conocimiento. Es el lenguaje el lugar de encuentro, sus signos dotados de sentidos son la plaza que ve confluir las más diversas tendencias, a veces es el lenguaje lo único en común dentro de diferencias y contradicciones.

Del mismo modo que el lenguaje es una facultad humana, la verdad sólo tiene sentido en la historia humana, no por ejemplo en la historia del mundo o la naturaleza, que sí está dotada de comunicación, pero no de lenguaje y por tanto tampoco ostenta historia propia, que no es lo mismo que existencia. Para bien o para mal, somos los humanos los que otorgamos sentido a la verdad y escribimos la historia de “otros” siempre y cuando tengan frontera con nuestras verdades.

Y será a través de la negación de la negación que podemos hacer germinar una nueva realidad, podemos entonces sumar al don del lenguaje la facultad de la acción. La capacidad intrínseca de transformación de la realidad, otorgándole sentido y movimiento, cambio y transformación.

Observadores privilegiados

Narradores del abismo

Hacer  historiografía, escribir sobre nosotros en tiempo pasado, narrar lo sucedido.

¿En qué basarnos para reproducir de manera integral una suma de hechos?

La narrativa parece ser una de tantas herramientas que podemos utilizar para recabar antecedentes sobre una sociedad y época particular, si bien su status como fuente es cuestionada, no podemos negar su vinculación particular en tanto referente con un referido cargado de hechos y acontecimientos.

En esta relación está la riqueza, aunque lo referido es tomado con una carga ideológica y un saber preconcebido que moldea la manera de referir.

Las diversas funciones de la comunicación se ponen al servicio del entendimiento, de procesos de explicación, aprendizaje y adaptación humana a su medio. Esta estructura  soporta una amplia gama de posibles interpretaciones y significados, es un edificio que la semiótica reordena y sirve de brújula para no perdernos en un mar de información, signos y legisignos.

Hay convención en el uso de ciertos signos para la transmisión de ciertos mensajes, narrados por ciertas personas que detentan el rol de transmisores y que tienen a su cargo no sólo la divulgación, sino que moldean la realidad a partir de su propia carga ideológica, influyendo directamente sobre el mensaje. La narrativa siempre rondará en torno a la intención del discurso, a la ideología que filtra los acontecimientos para quedarse con retazos de verdades y rearmarlos para configurar hechos reales o lo suficientemente convincentes para incluirlos en una categoría de verdad.

Hay cierta convención social en asignar un rol y propiedades específicas a la narrativa. Pero todo tipo de representación, bajo cualquier modo de producción esconde las más de las veces las verdaderas intenciones del relato. Así como se esconden perfectamente las condiciones de su propia génesis y con ello se diluyen los mecanismos de control que trae aparejado, junto a sus propias contradicciones y debilidades.

Los métodos a utilizar están directamente relacionados y dependen del fin que se busca, así como la elección de formas, herramientas y canales de comunicación a partir de la modernidad van dibujando un metarelato.

 De esta forma la percepción y prácticas sociales se irán moldeando en torno a instituciones y sus propias legitimaciones, sus propios juegos de poder.