16.5.12


Mirando por la cerradura

En la historia del pensamiento hay diversas tradiciones que explican la compleja relación entre sujeto, objeto y conocimiento. Y cada tradición se ha empecinado en la obtención de los mejores argumentos para dotar de criterios de verdad al saber, así como de originalidad y autenticidad a sus métodos.

A su vez, los diversos métodos para aprehender la realidad no pueden estar ajenos a un contexto histórico en el cual se desenvuelven, y es por ello que sus resultados han permeado a la sociedad adquiriendo la forma de una particular visión de mundo, otorgando una explicación y coadyuvado a la construcción de certezas y sentidos, tan amplias estas últimas, que con creces sobrepasan los márgenes de la ciencia.

Durante el siglo XIX hay un predominio del positivismo, destacando un monismo metodológico que encuentra en el saber científico el único conocimiento válido y auténtico, la ciencia como explicación máxima de la verdad. Una verdad enfrentada a la verdad revelada de la religión, a la explicación divina o casual, a la metafísica y el azar.

Y será en los albores del siglo XX que aparece la hermenéutica para enfrentarse al positivismo, blandiendo nuevas interpretaciones y ampliando las fronteras que hasta ese momento detentaba el conocimiento. Este último se pone a disposición como una herramienta social, se abandona la rigidez en pos de un umbral más amplio de búsqueda, donde varias miradas aportan y diversos saberes confluyen. El monismo es dejado de lado y se valida la integración de diversas disciplinas.   

Si bien hay otros modelos o escuelas que abordan con sus particulares visiones y teorías el problema del conocimiento, podemos destacar además la dialéctica que enfrenta la realidad entendiéndola en continuo cambio, movimiento y transformación, así como la práctica elevada a categoría de verdad, entre otras categorías que siguen ostentando vitalidad y validez hasta nuestros días.

Planteadas estas ideas generales, podemos constatar la importancia de conocer las diversas tradiciones, escuelas o modelos que abordan las relaciones en torno al conocimiento. Y desprender que, dentro de otras cosas, subyace en la epistemología y sus formas de transmisión, un nudo central de ideas que gravitan en torno a la producción y legitimación de saberes.

Dadas como reales estas pretensiones, podemos plantear legítimamente algunas dudas y reflexiones sobre este proceso de producción.



Podemos acercarnos y atisbar un vasto paisaje por una cerradura.

El problema del conocer supone que un sujeto complementa la percepción de un objeto al asumir el rol de sujeto cognoscente y aprehende dicho  objeto gracias a una concatenación de razonamientos gracias a los cuales elabora una verdad y un juicio sobre ella.

Para que esta relación del saber sea virtuosa requiere que tanto el sujeto cognoscente como el objeto se encuentren en planos distintos, aunque la nomenclatura temporal sea la misma para ambos, requieren materialmente coexistir de manera diferenciada. Es una relación dual en la que el objeto solo existe en tanto sea externo al sujeto, requisito fundamental para que el objeto se transfigure en objeto representado.

Cuando el objeto es representado se le asigna a este ejercicio una categoría de verdad, de existencia real, que de cierto modo viene a reafirmar nuestra propia existencia, generando certezas en un mar de percepciones e incertidumbres. Esta dimensión del conocimiento es ejercida por todos nosotros y nos brinda una serie de categorías y verdades con las que nos armamos para vivir como seres sociales.

Pero existen ámbitos específicos del conocimiento que son más complejos de aprehender que una taza o un árbol, como la ciencia, la economía o la política, por ejemplo. Allí se manifiestan las categorías de poder que encierra el objeto, confluyendo en una relación de poder que sobrepasa la de sujeto-objeto y pasa a ser una relación de poder sujeto-sujeto, que paradójicamente podría ser la manera más exaltada del propio objeto.

Subyace en todo esto una idea de progreso,  línea invisible que nos empuja hacia un futuro que desconocemos, pero sospechamos es fructífero o al menos aparentemente beneficioso de manera objetiva. Lo que no sería sino un mecanismo de persuasión para que validemos ciertas relaciones de poder y sobre todo, algunos criterios de verdad. Bajo esta lógica y circunscrito a la historia, el progreso sería la zanahoria y las guerras el garrote que hacen marchar a paso cansino una vieja carreta.

Las verdades nos hacen tolerable este viaje y el tránsito histórico se funda en certezas y anhelos, en control y disminución de incertidumbres. En este amplio abanico, la ciencia es sólo un tipo de conocimiento circunscrito a un limitado campo de la realidad, por tanto no basta con su solo entendimiento y aplicación para dar cuenta cabal de lo que nos rodea.

Las diversas verdades se concilian en el lenguaje, que no es más que un gran acuerdo dotado de sus propias reglas de uso y con el cual fabulamos y confabulamos para crear y reproducir el conocimiento. Es el lenguaje el lugar de encuentro, sus signos dotados de sentidos son la plaza que ve confluir las más diversas tendencias, a veces es el lenguaje lo único en común dentro de diferencias y contradicciones.

Del mismo modo que el lenguaje es una facultad humana, la verdad sólo tiene sentido en la historia humana, no por ejemplo en la historia del mundo o la naturaleza, que sí está dotada de comunicación, pero no de lenguaje y por tanto tampoco ostenta historia propia, que no es lo mismo que existencia. Para bien o para mal, somos los humanos los que otorgamos sentido a la verdad y escribimos la historia de “otros” siempre y cuando tengan frontera con nuestras verdades.

Y será a través de la negación de la negación que podemos hacer germinar una nueva realidad, podemos entonces sumar al don del lenguaje la facultad de la acción. La capacidad intrínseca de transformación de la realidad, otorgándole sentido y movimiento, cambio y transformación.

Observadores privilegiados

Narradores del abismo

Hacer  historiografía, escribir sobre nosotros en tiempo pasado, narrar lo sucedido.

¿En qué basarnos para reproducir de manera integral una suma de hechos?

La narrativa parece ser una de tantas herramientas que podemos utilizar para recabar antecedentes sobre una sociedad y época particular, si bien su status como fuente es cuestionada, no podemos negar su vinculación particular en tanto referente con un referido cargado de hechos y acontecimientos.

En esta relación está la riqueza, aunque lo referido es tomado con una carga ideológica y un saber preconcebido que moldea la manera de referir.

Las diversas funciones de la comunicación se ponen al servicio del entendimiento, de procesos de explicación, aprendizaje y adaptación humana a su medio. Esta estructura  soporta una amplia gama de posibles interpretaciones y significados, es un edificio que la semiótica reordena y sirve de brújula para no perdernos en un mar de información, signos y legisignos.

Hay convención en el uso de ciertos signos para la transmisión de ciertos mensajes, narrados por ciertas personas que detentan el rol de transmisores y que tienen a su cargo no sólo la divulgación, sino que moldean la realidad a partir de su propia carga ideológica, influyendo directamente sobre el mensaje. La narrativa siempre rondará en torno a la intención del discurso, a la ideología que filtra los acontecimientos para quedarse con retazos de verdades y rearmarlos para configurar hechos reales o lo suficientemente convincentes para incluirlos en una categoría de verdad.

Hay cierta convención social en asignar un rol y propiedades específicas a la narrativa. Pero todo tipo de representación, bajo cualquier modo de producción esconde las más de las veces las verdaderas intenciones del relato. Así como se esconden perfectamente las condiciones de su propia génesis y con ello se diluyen los mecanismos de control que trae aparejado, junto a sus propias contradicciones y debilidades.

Los métodos a utilizar están directamente relacionados y dependen del fin que se busca, así como la elección de formas, herramientas y canales de comunicación a partir de la modernidad van dibujando un metarelato.

 De esta forma la percepción y prácticas sociales se irán moldeando en torno a instituciones y sus propias legitimaciones, sus propios juegos de poder.

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