Mirando por la cerradura
En la historia
del pensamiento hay diversas tradiciones que explican la compleja relación
entre sujeto, objeto y conocimiento. Y cada tradición se ha empecinado en la
obtención de los mejores argumentos para dotar de criterios de verdad al saber,
así como de originalidad y autenticidad a sus métodos.
A su vez, los
diversos métodos para aprehender la realidad no pueden estar ajenos a un
contexto histórico en el cual se desenvuelven, y es por ello que sus resultados
han permeado a la sociedad adquiriendo la forma de una particular visión de
mundo, otorgando una explicación y coadyuvado a la construcción de certezas y
sentidos, tan amplias estas últimas, que con creces sobrepasan los márgenes de
la ciencia.
Durante el siglo
XIX hay un predominio del positivismo, destacando un monismo metodológico que
encuentra en el saber científico el único conocimiento válido y auténtico, la ciencia como explicación máxima de la verdad. Una verdad enfrentada a
la verdad revelada de la religión, a la explicación divina o casual, a la metafísica
y el azar.
Y será en
los albores del siglo XX que aparece la hermenéutica para enfrentarse al positivismo,
blandiendo nuevas interpretaciones y ampliando las fronteras que hasta ese
momento detentaba el conocimiento. Este último se pone a disposición como una
herramienta social, se abandona la rigidez en pos de un umbral más amplio de
búsqueda, donde varias miradas aportan y diversos saberes confluyen. El monismo
es dejado de lado y se valida la integración de diversas disciplinas.
Si bien hay
otros modelos o escuelas que abordan con sus particulares visiones y teorías el
problema del conocimiento, podemos destacar además la dialéctica que enfrenta
la realidad entendiéndola en continuo cambio, movimiento y transformación, así
como la práctica elevada a categoría de verdad, entre otras categorías que
siguen ostentando vitalidad y validez hasta nuestros días.
Planteadas estas ideas generales,
podemos constatar la importancia de conocer las diversas tradiciones, escuelas
o modelos que abordan las relaciones en torno al conocimiento. Y desprender que,
dentro de otras cosas, subyace en la epistemología y sus formas de
transmisión, un nudo central de ideas que gravitan en torno a la producción y
legitimación de saberes.
Dadas como
reales estas pretensiones, podemos plantear legítimamente algunas dudas y reflexiones
sobre este proceso de producción.
Podemos
acercarnos y atisbar un vasto paisaje por una cerradura.
El problema
del conocer supone que un sujeto complementa la percepción de un objeto al
asumir el rol de sujeto cognoscente y aprehende dicho objeto gracias a una concatenación de
razonamientos gracias a los cuales elabora una verdad y un juicio sobre ella.
Para que
esta relación del saber sea virtuosa requiere que tanto el sujeto cognoscente
como el objeto se encuentren en planos distintos, aunque la nomenclatura
temporal sea la misma para ambos, requieren materialmente coexistir de manera
diferenciada. Es una relación dual en la que el objeto solo existe en tanto sea
externo al sujeto, requisito fundamental para que el objeto se transfigure en objeto
representado.
Cuando el
objeto es representado se le asigna a este ejercicio una categoría de verdad,
de existencia real, que de cierto modo viene a reafirmar nuestra propia
existencia, generando certezas en un mar de percepciones e incertidumbres. Esta
dimensión del conocimiento es ejercida por todos nosotros y nos brinda una
serie de categorías y verdades con las que nos armamos para vivir como seres
sociales.
Pero existen
ámbitos específicos del conocimiento que son más complejos de aprehender que
una taza o un árbol, como la ciencia, la economía o la política, por ejemplo.
Allí se manifiestan las categorías de poder que encierra el objeto, confluyendo
en una relación de poder que sobrepasa la de sujeto-objeto y pasa a ser una
relación de poder sujeto-sujeto, que paradójicamente podría ser la manera más
exaltada del propio objeto.
Subyace en
todo esto una idea de progreso, línea
invisible que nos empuja hacia un futuro que desconocemos, pero sospechamos es
fructífero o al menos aparentemente beneficioso de manera objetiva. Lo que no
sería sino un mecanismo de persuasión para que validemos ciertas relaciones de
poder y sobre todo, algunos criterios de verdad. Bajo esta lógica y
circunscrito a la historia, el progreso sería la zanahoria y las guerras el
garrote que hacen marchar a paso cansino una vieja carreta.
Las verdades
nos hacen tolerable este viaje y el tránsito histórico se funda en certezas y
anhelos, en control y disminución de incertidumbres. En este amplio abanico, la ciencia es sólo un tipo de conocimiento circunscrito a
un limitado campo de la realidad, por tanto no basta con su solo entendimiento
y aplicación para dar cuenta cabal de lo que nos rodea.
Las diversas verdades se concilian en el lenguaje, que no es más que un
gran acuerdo dotado de sus propias reglas de uso y con el cual fabulamos y
confabulamos para crear y reproducir el conocimiento. Es el lenguaje el lugar
de encuentro, sus signos dotados de sentidos son la plaza que ve confluir las
más diversas tendencias, a veces es el lenguaje lo único en común dentro de
diferencias y contradicciones.
Del mismo modo que el lenguaje es una facultad humana, la verdad sólo tiene
sentido en la historia humana, no por ejemplo en la historia del mundo o la
naturaleza, que sí está dotada de comunicación, pero no de lenguaje y por tanto
tampoco ostenta historia propia, que no es lo mismo que existencia. Para bien o
para mal, somos los humanos los que otorgamos sentido a la verdad y escribimos
la historia de “otros” siempre y cuando tengan frontera con nuestras verdades.
Y será a través de la negación de la negación que podemos hacer germinar
una nueva realidad, podemos entonces sumar al don del lenguaje la facultad de
la acción. La capacidad intrínseca de transformación de la realidad, otorgándole
sentido y movimiento, cambio y transformación.
Observadores privilegiados
Narradores del abismo
Hacer historiografía, escribir sobre nosotros en
tiempo pasado, narrar lo sucedido.
¿En qué
basarnos para reproducir de manera integral una suma de hechos?
La narrativa
parece ser una de tantas herramientas que podemos utilizar para recabar
antecedentes sobre una sociedad y época particular, si bien su status como
fuente es cuestionada, no podemos negar su vinculación particular en tanto
referente con un referido cargado de hechos y acontecimientos.
En esta
relación está la riqueza, aunque lo referido es tomado con una carga ideológica
y un saber preconcebido que moldea la manera de referir.
Las diversas
funciones de la comunicación se ponen al servicio del entendimiento, de procesos de explicación, aprendizaje y adaptación
humana a su medio. Esta estructura soporta una amplia gama de posibles
interpretaciones y significados, es un edificio que la semiótica reordena y
sirve de brújula para no perdernos en un mar de información, signos y
legisignos.
Hay convención en el uso de ciertos signos para la transmisión de ciertos
mensajes, narrados por ciertas personas que detentan el rol de transmisores y
que tienen a su cargo no sólo la divulgación, sino que moldean la realidad a
partir de su propia carga ideológica, influyendo directamente sobre el mensaje.
La narrativa siempre rondará en torno a la intención del discurso, a la
ideología que filtra los acontecimientos para quedarse con retazos de verdades
y rearmarlos para configurar hechos reales o lo suficientemente convincentes
para incluirlos en una categoría de verdad.
Hay cierta convención social en asignar un rol y propiedades específicas a
la narrativa. Pero todo tipo de representación, bajo cualquier modo de
producción esconde las más de las veces las verdaderas intenciones del relato.
Así como se esconden perfectamente las condiciones de su propia génesis y con
ello se diluyen los mecanismos de control que trae aparejado, junto a sus
propias contradicciones y debilidades.
Los métodos a utilizar están directamente relacionados y dependen del fin
que se busca, así como la elección de formas, herramientas y canales de
comunicación a partir de la modernidad van dibujando un metarelato.
De esta forma la percepción y
prácticas sociales se irán moldeando en torno a instituciones y sus propias
legitimaciones, sus propios juegos de poder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario