12.6.12


Supuestos actores, meros espectadores

Asistimos a una época marcada por las celebraciones de los bicentenarios de independencia de varios países de América Latina. Los procesos de independencia de las colonias se dieron como un juego de dominó donde las fichas caen una por una, de igual forma los países se fueron contagiando hace doscientos años de un impulso independentista que remeció las viejas estructuras dominantes.
El Estado desde una forma protonacional va evolucionando hacia la formación de un Estado más maduro que caminará hacia un estado-nación, desde formas básicas o más simples de intercambio comercial en la época colonial hasta una forma capitalista de producción e intercambio.
Liberarse de ciertas ataduras propias de la época renacentista, confluye en la adopción de la modernidad en todos los campos del arte y la ciencia, con una confianza creciente en la idea del progreso humano, caminarán hacia nuevas formas de producción y relación, nuevas clases sociales que antes estaban deprimidas en su esclavitud, se libera a dios de su omnipresente trabajo y la sociedad se vuelca hacia el antropocentrismo, avanza el libre pensamiento por los pasillos de la historia.
La construcción del Estado como ejercicio de poder ya no es suficiente para mantener el adecuado control, surgen nuevos mecanismos de control a la vez que se sofistican las herramientas para la coerción, la sociedad se vuelve vigilante y las burocracias a cargo de la seguridad adquieren poderes omnipresentes, serán los nuevos dioses que todo lo ven, los cuerpos y las cosas son supervigilados por un gran hermano como en el film Orwell. Un ser poderoso cuyo poder se diluye, no hay a quien confrontar, sólo queda una rutina que cumplir, reglas que obedecer y una pantalla que mirar.
Hay una hegemonía plena, que es la exaltación de la negación de la particularidad. La inestabilidad continua es parte de los sistemas estables de control, una sociedad no ya de la información, sino de la desinformación, el control de los falsos relatos es más importante que la construcción de certezas.
El conocimiento ve amenazado su poder de cambio y construcción de nuevas realidades, está en tensión y amenaza la libertad más íntima como los sueños.
La psiquiatría y el reacondicionamiento de los seres humanos para seguir siendo productivos se traduce en modelos nuevos de control, adiestramiento y castigo. Colegios, cárceles, trabajos, pueden transformarse de la noche a la mañana en sospechosos engranajes de una maquinaria perversa.
Hay una dictadura simbólica, se va a buscar nuevos significados que sean congruentes con los mensajes del poder, resignificaciones y estéticas arbitrariamente dibujadas para enajenar el sentido y abordarnos desde el consumo del arte, una nueva semiosis del poder.
En lo económico, el capitalismo será centro de la modernidad, y las reglas que derivan del “juego” económico convendrán en la exacerbación de las diferencias de clase, y como eje la explotación de unos contra otros, el poder de las minorías que intentan mantener y aumentar su poder enarbolando discursos sobre el progreso.
La pesadilla Orwelliana encuentra tierra fértil en esta sociedad de la vigilancia, es más, una televigilancia que no requiere someter físicamente a los cuerpos para dominarlos. Surge la biopolítica, y se hunden obsoletos mecanismos de control.  
La inestabilidad continua como forma de control se inaugura, podemos decir que la sociedad del conocimiento transita impasible hacia la sociedad del desconocimiento, los saberes se miden en cuanto producción material y se les asigna prioridades a los que validan las formas de ejercer el poder desde las burocracias existentes.
¿Quiénes son los que elaboran el discurso de la modernidad?, e incluso ¿quiénes pronuncian esos discursos?, son los dominadores los que oficialmente tienen la capacidad y ostentan el poder de crear y la amplia audiencia dominada, debe acatar dócilmente los retazos de realidad que les llegan a través de los más diversos modos; ya sea como película, libro, cuadro o discurso. Se proclama una estética de la dominación y sin embargo, nunca faltan los aplausos.
Hemos transitado desde las relaciones de poder verticales a las reticulares, de la política a la biopolítica. A pesar de que existe un afán de progreso, reconocemos una fractura o dicotomía del tiempo de ese progreso, porque volcarse hacia adelante, esta anticipación de un futuro indefinible y ese culto de lo nuevo, significan, en realidad, la exaltación del presente.
América latina convulsa en esta modernidad, en esta idea de progreso, de mejora aparente, un futuro esplendor que ni siquiera inventamos, es una herencia en cuyo nombre se ha llevado a cabo más de alguna atrocidad.
¿Tenemos nuestra propia idea de modernidad? Deben existir al menos corrientes e ideas que intentan desde una óptica propia lograr configurar una suerte de propia modernidad. No debe ser muy útil una modernidad única y hegemónica ante países tan disímiles, que luchan por ejemplo contra el analfabetismo y otro contra el analfabetismo digital, problemas semejantes pero demasiado distantes en términos reales.
La dicotomía de lo moderno y lo antimoderno encuentra tierra fértil para las elites que propugnan esta falsa tensión, se establecen cuidadas semánticas para justificar quiénes se encuentran bien encaminados y aquellos que obstruyen el “progreso” al que la mayoría desea llegar.
La distopía presente en la película 1984 de Orwell ya está presente en nuestro mundo desde el momento en que aceptamos vivir dominados por mensajes únicos que emanan de un núcleo. El capitalismo ahora es de carácter global, lo que algunos han identificado como Globalismo también permea en nuestro continente. A diferencia de los estado-nación ahora estamos en este mundo globalizado ante sistemas mundiales de varios estados, como la Unión Europea. Es el estado máximo del policentrismo, luego del natural tránsito del absolutismo y el centralismo.
Lo que vemos en la película cuando el Gran Hermano aparece en las múltiples pantallas es policentrismo exacerbado, es lo que Baudrillard llamará hiperrealidad , o sea, la realidad representada en vez de la propia realidad. Apenas nos damos cuenta qué es espejismo y qué imagen real, es un mundo de múltiples realidades que a la vez no es ninguna verdad. En esta hipertextualidad habitamos intentando buscar certezas, buscando dioses verdaderos entre dioses hechos en serie.
Esta era post industrial está llena de fragmentos, de muchas realidades conjugadas a ratos sin ningún sentido. Basta que el poder nos haga sentir iguales para creer que lo somos, aunque no lo seamos y no lo seremos, pero la más de las veces eso sólo lo saben unos pocos que detentan el poder. La igualdad puede darse en la sociedad civil y no darse en el mundo político. Los hombres pueden gozar de los derechos de entregarse a los mismos placeres, de ingresar en las mismas profesiones, de reunirse en los mismos lugares: en una palabra, de vivir de la misma manera y de perseguir la riqueza por los mismos medios, sin participar en la igual medida en el gobierno.

Y si el gobierno es poder, entonces no todos podemos participar en su detentación. Estamos en una democracia, en un camino de constante perfeccionamiento de los mecanismos de representación, creyendo ir directo hacia el progreso, e incluso creemos que marchamos hacia un futuro mejor. Pero hay que estar atentos de que no estemos arando esperanzas en torno a una mera ilusión y sea tarde cuando nos demos cuenta que el poder está en otra parte.
























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