O cambiar el poder
sin llegar al poder
Ante
varios modelos de democracia y diversas formas de ejercer el poder que se ha
dado desde el siglo XX en adelante, podemos señalar que la democracia ha sido
el eje central en torno al cual ha girado la discusión central y a la falta de
ésta como el complemento ineludible.
Es
interesante apreciar como cobran sentido mecanismos como el estado de excepción
para oponerse al total y libre ejercicio de la democracia. Cómo a decir de
Giorgio Agamben, el estado de excepción se ha convertido en una forma
permanente de gobierno. Esto desde una óptica derivada de la biopolítica como
eje modulador del poder y la obediencia, de la vigilancia, el castigo como la
supresión de los derechos y la recompensa como una democracia en permanente y
frágil tensión.
Este
estado latente quizás explicaría la creciente esquizofrenia que sufre el poder,
un poder enfermo que adolece de violentos arranques en todas sus dimensiones de
poder, incluida la secular y dios incluido acude al paredón de los acusados como relata la
película “Juicio a Dios”. Lo que quiero decir de otro modo, es que está en
cuestión el poder y la verdad que lo sostiene, está en entredicho el palacio,
pero también los cimientos que lo mantienen en pie.
La
tensión entre capitalismo y democracia ha devenido en una sociedad enferma, en
una democracia escasamente representativa, donde los ciudadanos cada día se
sienten menos representados por sus líderes, donde cada día se disfrazan y
esconden los partidos políticos por su baja aprobación, adhesión y popularidad,
es allí cuando los viejos estandartes y símbolos se trastocan casi con
vergüenza y convierten en modernos logos
que los aleja de su historia, su ideología y los valores que dice representar.
Ahora se representa a un nuevo ciudadano consumidor.
Se trata hoy de una democracia más compleja,
con una configuración biopolítica, estructuras burocráticas y de poder con
densas tramas, y una tensión entre representación y participación, un dilema
tan inevitable como ineludible.
Y
si el modelo de por sí tiene tensiones reales y aparentes, hay en torno a lo
social una tensión entre ciudadanos y electores-consumidores, seres
multifacéticos que constituyen y validan la democracia en cada elección, en un
ritual heredado y ancestral.
Es
en esta puesta en escena que los grupos más vulnerables socialmente
hablando, no consiguen satisfacción en
las respuestas a sus demandas y reivindicaciones, produciendo a su vez un nuevo
escenario de conflicto entre representantes y representados, que a su vez
permea las porosas fronteras de la propia democracia.
Hay estados poderosos que han adoptado la
llamada “guerra preventiva” como una
forma legítima del uso y abuso del poder, a lo que Ranciere se opone con una
reflexión profunda sobre la modificación del propio tiempo en estas prácticas y
la disolución de la ética.
Ante esta nueva configuración del poder que
busca traspasar las fronteras de lo que una vez fue el enemigo interno, hoy se
instala el enemigo universal que condensa en sí mismo todo aquello que parece
estar en disputa con la democracia en tanto democracia hegemónica, de la
libertad e incluso Dios, en tanto visiones únicas y sin matices, como dogmas
particulares de lo que es dable hacer y la salvación.
La democracia preventiva
Ante estas dicotomías podemos anteponer una
democracia preventiva, entendida esta como la articulación entre la democracia representativa y la
participación. El espacio que se crea al pensar y ejecutar acciones tendientes
al equilibrio y la coherencia entre ambas será lo que denominamos democracia
preventiva.
Oponer ante cualquier intento de vulneración
de la democracia, una democracia preventiva, será entender a ésta como una
construcción permanente y no como un bloque hegemónico, es pensar además a la
democracia como propia en tanto tengo participación en su construcción, es
positiva por cuanto tiende a la satisfacción del bien común, es también un acto
pacífico que se opone a su contrario que es la guerra preventiva, es un grito
ante la indiferencia en una época de individualismo, es construir certezas
colectivas ante la incertidumbre, en fin, construir pensamiento preventivo de
este tipo nos asegura al menos un presente con sentidos y u futuro más allá de
las promesas.
Una democracia preventiva, entonces será la
búsqueda permanente de su perfección, la apertura y mejora de los canales y
mecanismos que permiten su construcción. Es en este espacio “imaginario” donde
debemos configurar una mejor realidad, y esto se alcanza permeando esta
relación primero en los sectores sociales más vulnerables, aquellos alejados y
pesimistas del poder y la democracia, instalando certezas donde había dudas,
respuestas ante preguntas y soluciones ante la negativa e incapacidad propia
del estado y los partidos.
La conquista y toma de este espacio imaginario
es la primera señal de toma de conciencia, es la certeza ante el temor natural
del poder absoluto, tiránico y dictatorial. Aunque este espacio es invisible,
por sí mismo es capaz de poner en cuestión la realidad y transforma al mero
sujeto en persona con capacidad transformadora, dejando la pasiva expectación
porque reflexionar y pensarse desde la relación entre representación y
participación, inevitablemente deviene en un llamado a la acción.
Pensar desde la democracia preventiva es incorporar no sólo la capacidad de prospección, sino de
una constante construcción. Le agrega a la democracia una categoría de
dinamismo que perdió, de credibilidad difuminada en su hegemonía, y nos brinda
la posibilidad de construir un imaginario común contra el terror. En esta forma
de pensamiento nada ni nadie está sobre otro, ni siquiera Dios.
Quizás una de las razones que explican la
efectividad de la biopolítica es la pasividad con que la enfrentamos, y como el
pensamiento descrito sumado a la acción preventiva es un constructo dinámico,
los efectos de la biopolítica no desaparecen, pero al menos debieran tender a
diluirse.
La relación entre representación y
participación contendrá invariablemente una serie de afirmaciones y negaciones,
pero tendrá como centro la búsqueda del bien común y será ese leitmotiv el que impulse las
acciones. Al menos es esperable como resultado una mayor comprensión del valor
de la democracia, una mayor participación y se sentirán los electores más y
mejor representados, entre otras cosas.
Pensarse desde esta relación es pensarse más
allá de los modelos heredados, de las estructuras hegemónicas, es darnos la
posibilidad de cambiar el poder sin necesariamente tomar el poder. Sólo esta
última reflexión cambiaría diametralmente la óptica de lo que somos y lo que
anhelamos.
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